En voz alta
¿Popularidad, trivial?
Teotihuacán en Línea. Por: Gerardo Viloria
Ha publicado, días atrás, mi muy respetable y docto consocio de la Sociedad Mexicana de Geografía y Estadística, e igualmente destacado intelectual y sobresaliente colega JOSE ELIAS ROMERO APIS, una plática fincada con el no menos descollado comunicador, dos veces Premio Nacional de Periodismo y, actual director editorial del diario Excélsior, PASCAL BELTRAN DEL RIO, relativa a “la importancia que tendría para el presidente ENRIQUE PEÑA NIETO su actual crisis de popularidad”.
Sobre este tema, ambos estuvieron de acuerdo, en una “conclusión inmediata” que, “en la real política, no debiera preocuparle mucho”.
Posteriormente, -en ese prestigiado medio- con reflexión significativa y señalada argumentación, ROMERO APIS, plasmó sus razonamientos manifestando entre otros, los siguientes:
“La popularidad sirve para triunfar en contiendas electorales, para lograr votos congresionales y para ganar la gloria histórica. Así que, más allá del placer vanidoso por gozar de números altísimos, la verdad es que no le reportarían ningún beneficio práctico”.
“La popularidad no le serviría históricamente porque EPN será juzgado, en el futuro, por los historiadores, no por los encuestadores”.
Y, concluye escribiendo: “Los pueblos felices no necesitan políticos. Tan sólo necesitan gerentes”.
No obstante su prosa plausible que regocija los sentidos, solicito con la humildad del iniciado, permitirme los siguientes razonamientos:
En primer lugar, si bien es cierto que la historia no la escriben los encuestadores, también es verdad que los historiadores toman todos los elementos a su alcance para poder relatarla o interpretarla y, en el futuro, las encuestas serán un indiscutible referente.
En segundo término, el diccionario define la popularidad como la “Aceptación y fama que tiene una persona o una cosa entre la mayoría de la gente”.
El verbo aceptar está relacionado con el de aprobar, es decir “dar por bueno, sin oposición”, “cuando alguien demuestra su conformidad”.
En cuanto a la fama, es la “Opinión, idea o concepto que la gente tiene sobre una persona o una cosa”. La misma puede ser buena o mala.
Ahora bien, en el campo de la política la aceptación del gobernante, es trascendente, ya que la aprobación hacia su persona o quehacer, se convierte –políticamente- en diario beneplácito, en otras palabras: la legitimación es la que otorga el gobernado a quien le representa o dirige, y que éste necesita.
Es imperioso comentar que la legitimación no está relacionada con la legitimidad, ya que ésta última se la brinda al gobernante el propio orden jurídico establecido en el momento mismo que asume la representatividad.
Además de lo anterior, ¿por qué la legitimación es trascedente? Porque está asociada con la credibilidad. Ambas se configuran como pilares básicos de la gobernabilidad.
También, en este orden de ideas, la persuasión, referida como comunicación política –es la conexión sensible e incontrovertible con la población- la cual se convierte en componente sustantivo de la gobernabilidad.
Es significativo destacar que sin una adecuada comunicación política o conectividad comunicacional con la población: ningún grupo social puede sentir que el gobierno está identificado con él y, por tanto, escasos lo defienden.
Cuando la ciudadanía se siente tranquila porque convive en un auténtico ambiente de equilibrio -entre demanda y respuesta- en otras palabras, en gobernabilidad, ésta produce sus propios réditos: la nación sale fortalecida y el gobernante adquiere autoridad moral, otorgándole ésta última, el anhelado y fehaciente poder político.
Con independencia de lo expuesto, en contraste con el deber de la razón y la contundencia de la honradez intelectual, en forma desafortunada ROMERO APIS, coloca la popularidad en una conexión de blasfemia con la conveniencia, al opinar: “sirve para triunfar en contiendas electorales, para lograr votos congresionales y para ganar la gloria histórica”.
El presidente ENRIQUE PEÑA NIETO, al conseguir lo que se proponía, la popularidad “no debiera preocuparle mucho”, deduce.
En ese sentido contradice lo afirmado por MAQUIAVELO, quien señala: “Lo peor que puede sucederle a un príncipe, es verse abandonado (al no ser popular) por su pueblo”.
En abdicación intelectual, JOSE ELIAS deja de lado el enlace y equilibrio político estratégico de la democracia, cuyo valor radica en la coincidencia entre gobernante y gobernados.
Únicamente los dictadores, con discernimiento y enfoque aberrante, son quienes impiden, tenazmente, la identificación entre gobierno y sociedad.
Y en la real política, como destacara el ilustre analista político-económico LEO ZUCKERMANN, “…los políticos son como los tiburones: tienen una gran capacidad de oler la sangre a largas distancias de tal suerte que, cuando se acercan al que está desangrándose, lo destruyen sin misericordia. Un político que percibe que su adversario está herido, rápidamente lo aprovecha a su favor. Un Presidente con escaso apoyo popular atrae la atención de la oposición que comienza a pegarle cual piñata”.
Luego entonces, ¿es relevante o no, la popularidad?
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