Terremoto 1985: A 31 años de la tragedia
Teotihuacán en Línea. Ciudad de México. 7:19 horas; 19 de septiembre de 1985. El tiempo se detuvo en el Distrito Federal. Olía a muerte. “Todo el tiempo estuve dialogando con los cadáveres con una insistencia en la que había rabia, coraje, odio: “No es justo”. “No es justo que en este país se caigan los hospitales, las escuelas, los edificios de gobierno, los de oficinas públicas; no es justo que le toque siempre a la gente más fregada”, refería la escritora Elena Poniatowska.
Durante minuto y medio y con una intensidad de 8.1 grados Richter, el violento terremoto sacudió los 800 mil kilómetros cuadrados de valles, montañas y edificios donde se encuentran Guerrero y Michoacán - estados del epicentro -, Chiapas, el Distrito Federal, Jalisco, México, Oaxaca, Puebla y Veracruz.
“Los primeros tres días fueron críticos en cuanto a la capacidad de salvar vidas. El jueves en la noche te acercabas a las ruinas y se oían cientos de lamentos: ayúdeme, ay, ay, ay, ay. Al día siguiente ya eran unas cuantas voces y a los cuatro días había que detectarlos con equipos especiales de sonido”. La descripción retrataba la desesperación, la impotencia, la terrible soledad entre cúmulos de tierra.
“Se salvaron sólo unas cuántas vidas porque no se actuó rápido. Tanto en el General, como en el Juárez, en la Roma, en Tepito, En Tlatelolco, en el Centro, nunca vi dónde estaban las agrupaciones obreras, los partidos políticos, la organización priísta -tan eficiente en campañas-, la organización delegacional, la militar, la policiaca, las religiosas ¿Dónde estaba toda esa gente?, ¿dónde? No la había”.
Han pasado 31 años de aquel 19 de septiembre de 1985, de aquel sismo que no solo desempolvó las entrañas del corazón de la patria, sino que también sacudió la conciencia colectiva con un presidente de la República indolente y falto de sensibilidad como Miguel de la Madrid Hurtado, quien prefirió acuartelarse en las lujosas y frías baldosas de Los Pinos y Palacio Nacional, que apersonarse en el lugar del siniestro.
“Lo único que hubo fue organización civil, en grupitos, cada quien como podía. El rescate de los siete bebes a los siete días del temblor fue un milagro; no hay otra explicación, médica no la hay. Uno de ellos murió, el resto está bien. Todos los adultos que sacaron después del cuarto día, bueno, el 90 por ciento tiene deficiencia renal, pero a los niños no se les dañaron los riñones”.
En las delegaciones Cuauhtémoc, Venustiano Carranza, Benito Juárez y Gustavo A. Madero, se concentró 80 por ciento de los daños materiales; los primeros reportes contabilizaron 366 edificios derrumbados por completo, 306 parcialmente y más de dos mil casas seriamente fracturadas.
En los días y semanas que siguieron, el recuento de cadáveres arrojó más de cinco mil fallecidos en la capital y 35 en otras entidades. Un estadio de béisbol de la Ciudad de México tuvo que ser habilitado como morgue. Los heridos y damnificados se contaron por decenas de miles.
Inicialmente se calculó en un cuarto de millón el número de personas que habían perdido o abandonado su hogar. Gran parte de la ciudad quedó sin agua potable, electricidad ni servicio telefónico. Las fugas de gas se multiplicaron. El pavimento se fracturó en numerosas calles y avenidas.
El Centro Médico Nacional quedó destruido; se derrumbaron la torre de Ginecoobstetricia y la residencia de médicos del Hospital General de México; cayó la torre principal del Hospital Juárez; más de dos mil 500 escuelas públicas y más de mil privadas sufrieron daños de diversa magnitud, afectando a una población escolar de alrededor de 650 mil estudiantes; 78 de los 208 hoteles que había entonces en la zona metropolitana resultaron dañados. El inventario de pérdidas se fue completando en los días y semanas siguientes. Al principio, todo era sorpresa y confusión.
Pero a Elena ya no le permitieron escribir sobre la tragedia. No le dejaron platicar sobre el dolor de la gente que perdió no solo la vida, sino el alma.
“Por decreto la calma tiene que regresar. La gente irá a no sé dónde, a restañar sus heridas, a que se le hagan costra. Yo no veo nada que vaya a cambiar; ¿dónde está la famosa reconstrucción, la reorganización? La profesora de gimnasia Blanca Gutiérrez se pregunta: ¿Dónde están los niños huérfanos? ¿Dónde están los familiares de los que murieron? ¿Dónde están las organizaciones? ¿Dónde los voluntarios? ¿Dónde la solidaridad? Ya verá como al rato nadie se acuerda, aquí no pasó nada, que bueno que hicieron un parquecito en el lugar del edificio, vámonos allí a jugar, vamos a tirarnos sobre el pasto. Debajo están los cadáveres.
En México se tiene muy poco respeto por la vida humana, Creo que es el país en donde menos se la respeta. Camine usted por la calle y fíjese en la gente, ya ni siquiera mira los escombros, ni ve los edificios que parecen zurrones de fierro y concreto. La gente circula como si nada; hasta se detiene a ver los aparadores”.
“Nada, nadie. Después de los pavorosos terremotos del 19 y 20 de septiembre de 1985, en la Ciudad de México nada ni nadie serán nunca más los mismos”
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