Graniceros: Los señores del rayo 2
Teotihuacan en línea. Pablo Vargas. Segunda parte. Entre tanto, los preparativos continúan y, con el permiso del Mayor, el compadre Tomás reparte pulque servido en hojas de maíz a modo de jícara para los presentes, momento relajado en el que todos nos presentamos con el resto del grupo y así se inicia el acercamiento, y se da un intercambio de incógnitas como los nombres o el por qué se está allí. Mientras esto ocurría el ambiente se transformó en el momento en que el Mayor don Alejo se levanta de su asiento a un costado del altar, y entona un cántico al Señor de Chalma mientras se dirige a este espacio donde la devoción es capaz de abrir una puerta al diálogo con las fuerzas sagradas que moran en aquel sitio sagrado. Detrás de él una pequeña procesión se encamina hasta la parte baja del altar donde permanecimos el resto de la ceremonia. Así, durante un espacio de tiempo considerable, al cielo y a sus ángeles se les da las gracias por recibirnos en el lugar; se pide porque los hombres tengan su pan de cada día y el copal humea en las manos del Mayor. El conjunto luminoso de los arreglos florales y las velas encendidas acompañan los cánticos de la tradición cristiana referentes a
El Mayor continúa y ahora es el momento de ofrecer a los cielos las escobillas y palmas benditas (instrumentos de que se sirven los graniceros para alejar el mal tiempo, el granizo, el agua de lluvia o cualquier otro fenómeno atmosférico que amenace los campos de cultivo), evocando rogativas y pidiendo por los que trabajan la tierra, porque el mal tiempo se vaya a alguna peña y porque el rayo no le pegue a ninguna persona, todo acompañado del ceremonioso humo que se desprende de su copalera.
Inmediatamente después, la reflexión vuelve a invadir con su silencio y las mujeres y los hombres con más experiencia comienzan a tender una hilera horizontal de manteles sobre el piso en la parte baja del altar donde serán depositadas las ofrendas, que por lo general contienen frutas y pan, platos con mole y platos con chocolate y amaranto en pedazos, vasos con dulce de calabaza, arroz, tortillas, etcétera. Esto se ofrece también a los ángeles temporaleños y se saluda a los puntos cardinales; luego, poco a poco y de forma ordenada, se deposita la ofrenda hasta que se convierte en una aromática y colorida alfombra que expone el trabajo y la esperanza de esta gente. Una vez que el espacio es llenado viene un canto y después don Alejo eleva una petición por los alimentos que están presentes en la ofrenda; luego, don Alejo es asistido por algunos de sus acompañantes graniceros para hacer algunas curaciones a los participantes, acción en la que él y sus compañeros visualizan alguna deficiencia en las personas a las que están limpiando, puesto que ahí podrían coronarse o solamente tener aire.
Posteriormente se da paso a la comida con tortillas hechas a mano que se comparten, así como el arroz y el mole. Acto seguido se hace un canto con referencia a los “señores de la escoba” para que puedan levantar la mesa y retirarse del lugar con mucha gratitud. Se agradece la compañía de los espíritus y la de quienes asistieron a la ceremonia extendiéndoles la invitación para continuar con esta tradición el 4 de noviembre de ese mismo año. El ritual culmina con la repartición, entre los asistentes, de los alimentos ofrendados
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